miércoles, 29 de octubre de 2008

A buena hora




A veces regresa el pasado, no viene a nada, solo a regresar,
a pasar el rato, a mirar colores, a curiosear.

La vida nos lo trae, creemos que es para algo bueno, pero no es verdad,
solo viene a pasar el tiempo, a revolver heridas, a fantasear.


Y sorprendentemente, como esas ofertas que vemos del 2x1, junto a uno regresa otro pasado más. Y ya son dos. Tan iguales, tan sin motivos, tan empaquetados en si mismos, tan llenos de oportunidad. La vida los amontona, los mezcla, los confunde,
porque por si solos, tan solo son... pura vanidad.


Y al verlos, tratando de ser presente, orgullosos y vacíos de honestidad,
simplemente me sale decirles: a buena hora.

A buena hora, solo sois pasado, nada más,
ofertas de 2x1 cuya naturaleza
es tan solo... engañar.

Os dedico una canción,
a buena hora,
no merecéis más.

jueves, 9 de octubre de 2008

Me confieso




- Puedes empezar, te escucho, -se oyó una voz desconocida, cansada, lenta, rutinaria...

- Yo, yo, bueno yo...-sonó un voz niña que azorada elevaba sus ojos hacia el cielo cerrando sus manitas junto al pecho- yo...bueno yo... me confieso...

Me confieso amante de la naturaleza, de los buenos paisajes de día, de noche, de luz, color y deseos buenos.

Me confieso soñadora, creo en las estrellas y en lo que se esconde detrás de ellas, en lo que no se ve, siempre nos miran tantas bellezas desde el cielo, en ello creo.

Me confieso pescadora de momentos, creo en los impulsos que recibe un corazón sano, creo en los rincones de frescura que hay que conservar de un corazón lastimado o enfermo, en dos corazones dándose un abrazo, creo.

Me confieso enamorada, de la vida, de los espacios de calor de un sueño, de los desafíos por dar un cariñoso beso a quien me da la espalda, de los pensamientos ajenos que son brillantes, de los míos cuando son tiernos, de las manos que ayudan, de las voces que escuchan, de quienes suspiran en silencio, de quienes gritan que les hacen daño, creo y me enamoro a cada instante de los destellos que provoca en mi alma el amor de la familia, de unos amigos desprendidos en abrazos, de un trabajo hecho por mi y bien hecho, de un luminoso y amoroso te quiero, me confieso enamorada de sus ojos, con esos bellos reflejos.

Me confieso arrepentida, me arrepiento de los instantes en que no veo cielo abierto, de los lugares en los que pienso que no hay Sol, de los escondites donde mantengo mis secretos en soledad, de los anhelos que a veces no le concedo a mi cuerpo, también de aquellos excesos a que le someto, de los descansos sin paz que se hacen eternos, de mis palabras cuando se vuelven en otras mentes desasosiego. Me arrepiento de las voces que no hago callar, de los silencios que no consigo escupan su miedo, de la desesperanza que me invade la vida cuando pienso que todo lo pierdo o cuando algo no lo recupero, de todo ello me arrepiento.

Me confieso equivocada de palabras precisas, solo las expongo, muchas veces, no las escojo, no las pienso, brotan de mi alma desordenadas y yo, en mi sentir espontáneo, las voy haciendo un hueco, cuando me equivoco, lo lamento, cuando sin pretenderlo hago daño con ello también lo siento.

Me confieso retadora, rebelde para decir te quiero, confusa para entender mis pesares, dolida y asustada para expresar lo que realmente siento, esforzada en conseguirlo, sé que tal esfuerzo conlleva un hermoso premio, yo lo intento, siempre lo intento.

Me confieso idealista, de esas que llevan el alma entre las nubes y caminan con los pies en el suelo.

Yo así me confieso...

En esto la niña calló, el sacerdote con los ojos muy grandes y la voz abierta en sorpresa le dijo:
- ¡Extraordinario niña!, es como un milagro, apenas alcanzas trece añitos y hablas así, con esa soltura, con esas ideas claras, con ese manejo de palabras ¡tan profundo!... ¡tan extremo!.

- Es fácil - contestó la niña... - para mi es fácil decir todo eso.

- Pero ¿cómo lo haces? ¿de dónde salen tan hermosas palabras? - dijo impulsivo el sacerdote y emocionado mirando sin darse cuenta a las alturas.

- Pues veras, - contestó la niña, - cuando estoy muy triste, pero muy muy triste y necesito sentirme bien yo voy y me encierro en mi habitación, acerco una sillita a la ventana y me pongo a mirar al cielo...

- ¿Y es así como te llegan esas palabras tan bellas?, - dijo el sacerdote interrumpiéndola sin poder apenas aguantar en su voz la emoción que le embargaba por lo que estaba escuchando...

- No, es que no he terminado, - dijo la niña. - Yo miro al cielo y entonces extraigo de mi bolsillito el libro que me regaló mi mamá ante de irse con los ángeles... y sencillamente lo leo.

Y llevo tantos días leyéndolo... exclamó la niña con emoción que ya me lo sé de memoria. Así que hoy que me ha dicho mi abuelita que tenía que venir a confesarme, pues he recordado algo que me decía mi mamá; ella decía: hija mía tú cuando estés en un momento en que las palabras se te queden ahogadas en la garganta, en uno de esos momentos en que no sabes qué decir, un momento de esos que a veces tiene la vida que no entiendes por completo o que te hayan impuesto, tú mira al cielo y recuerda... las palabras surgirán, brotarán de ti como un rezo.

Y eso hago... yo, recuerdo.



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jueves, 2 de octubre de 2008

Descansa noche... descansa






- Mami, no apagues la luz hoy tampoco, ya sabes que por las noches tengo miedo...

- Pero ¿porqué tienes miedo tú, mi cielo?

- Todo está muy oscuro, no se ve nada, mami, mejor ¡no apagues la luz!.

- Vale, entiendo, la dejaré encendida de nuevo, pero llevas ya muchos días durmiendo con la luz encendida y eso no es bueno, así no descansas, tampoco dejas descansar a los demás...

- Pero es que tengo miedo..., -protestó la niña- además a nadie le molesta que yo duerma con la luz encendida, ¿verdad? - dijo la niña con una mirada punzante buscando la aprobación de su madre a sus palabras.

- Mira, hija, - dijo entonces la madre, - quiero contarte una historia, en realidad es una historia real aunque muy pocos creen que eso sea así ¿quieres oirla?

- Sí, sí, mami, me gustan las historias que cuentas, son tan bonitas... cuéntamela... pero, eso sí, tú no apagues la luz ¿vale?

- Vale, mi amor, yo no apago la luz pero tú recuéstate para que puedas escuchar mejor esta historia...

- Había una vez, -comenzó así la madre -, una niña que le tenía mucho miedo a la oscuridad. Siempre al irse a la cama llevaba consigo una pequeña linterna y cuando todo estaba a oscuras sacaba su pequeña luz y sin que nadie le viera, bajo la almohada para no despertar a su hermanita la encendía, al principio solo lo hacía durante unos minutos, tenía miedo a que alguien pudiera reñirla al verla, pero al comprobar que nada sucedía, que nadie le decía nada, cada día prolongaba más tiempo su luz y así pasaba buena parte de la noche con esa claridad en su camita. Por no dormir las horas suficientes al levantarse era perezosa, no hacía su cama y muchas veces no estaba de buen humor, más bien se levantaba casi siempre enfadada.

Un buen día al ir a acostarse, ¿sabes qué sucedió? pues que la linterna, que llevaba muchos días encendida y estaba ya muy acalorada le habló a aquella pequeña niña de esta manera:

- ¿Sabías que la noche te observa?, cuando no la dejas dormir... la noche se incomoda, -dijo descuidadamente la linterna.

- Eh, ¿quién habla ahí? - preguntó la niña muy asustada.

- Soy yo... tu linterna, no tengas miedo, verás, solo quiero hacerte una pregunta: ¿Sabías que la noche se incomoda con la luz?, - repetió seguidamente la linterna.

- ¿Qué la noche se incomoda? ¿qué quieres decir?, - preguntó la niña sorprendida.

- Pues eso, que no dejas dormir a la noche... tienes siempre mi luz encendida y de esa forma es imposible poder cerrar los ojos, y descansar ¿y sabes qué pasa si la noche no descansa?

- ¡No!, - dijo la niña confusa, - la verdad es que no había pensando que la noche tuviera que descansar.

- Claro que sí, es como tú y como yo, - dijo la linterna - ¿no descansa el día haciendo que el Sol se recueste en el horizonte?, pues igual hace la noche, por el día no vemos a la noche, pero ahí está y cuando todos se van a dormir,.. ella hace lo mismo, ¡se va a su cama! y se tapa con una mantita negra, de color muy oscuro, para no coger frío, la noche siempre está muy arriba, muy alta, a veces duerme un poco más destapada porque la Luna de cerca le da calor con su blanca mirada, pero el resto de las veces se tapa bien para no coger ningún resfiado y se duerme... pero, - prosiguió la linterna,- sí tú me enciendes, no dejas dormir a la noche, la desvelas, se destapa y entonces... a la mañana siguiente la Luna intenta convencer a la noche de que descanse, y ¡hay un lío tremendo!, verás ¿no te has fijado que a veces mientras empieza a salir el Sol, la Luna aún anda luciendo su cara pálida?

- ¡Sí!, -dijo la niña como haciendo un descubriento a través de las palabras de su amiga la linterna, - ¡es verdad!, yo a veces he visto a la Luna y ya era de día!!

- Pues es por eso, - continuó argumentando la linterna, -porque algún niño poco considerado no deja descansar a la noche y la Luna ha de brillar más horas para ver si se duerme un poquito y no se levanta tan malhumorada.

- ¿La noche se enfada?, - preguntó con vocecita apenada una inocente voz.

- Pues sí, - le contestó la linterna, -cuando un niño enciende una luz, ella se desvela, y tarda en coger el sueño, se destapa en la camita y luego va y... coge frío, se resfría y... el sol que quiere mucho a la luna al verla así, tan ojerosa y cabizabaja, pasa un día entero muy muy triste porque no entiende porqué hay niños que solo se preocupan de ellos mismos y no les importa que su amada la noche... se ponga mala.

Y esa es la historia,- dijo la madre concluyendo su relato. Ese es el motivo por el que algunos días, esos, en que la noche no ha podido descansar sus horas reglamentarias, las personas se levantan tristes, perezosas o malhumoradas, la noche no ha podido descansar bien y eso... se refleja en nuestra caras.

Así que ahora, -prosiguió la madre,- vamos a ver qué podemos hacer para que la noche hoy descanse ¿a ti se te ocurre algo?,

La niña bajó un poco su cabeza avergonzada y contestó:

- no, bueeenooo, hummm, no sé, no se me ocurre, deja que piense, tal vez mañana se me ocurra algo, - dijo la niña tratando de evadirse de la pregunta.

- Vale, -dijo la madre que tenía plena confianza en el corazón de su hija, - ya lo pensamos para mañana. Buenas noches mi cielo.

- Buenas noche mami, hasta mañana.

Solo la noche pudo ver que en una pequeña habitación a oscuras una manita, se coló por debajo de su almohada, se oyó un click, y una vocecita infantil dijo en un susurro: - perdona noche ya te dejo dormir, siento haber sido tan desconsiderada. Buenas noches hermanita, descansa.

Y todos empezaron a dormir desde esa misma noche, por fin, con la luz apagada...


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Para todos los niños que le tienen miedo a la oscuridad, que aún no saben que una noche es tan importante como una mañana.