domingo, 22 de marzo de 2009

En el borde del mar


A veces, en el trancurso de nuestra vida nos sucedes algunas cosas maravillosas, no sabemos precisar bien porqué suceden, tal vez no haya ningún motivo que nosotros debemos conocer, simplemente pasan. He aquí una historia:


- Buenas tardes.

- Buenas tardes.

- ¿Le importa si me siento aquí?

- No, para nada...

- Gracias.

Unos segundos de silencio...


-¿Está bonito el mar hoy, verdad?

- Sí, muy bonito, la verdad es que es una bahía preciosa la que tenemos.

-Yo vengo muchas tardes a sentarme en este banco, se está tan bien aquí...

-Yo... es la primera vez que me siento aquí... necesitaba... ver el mar, está tan bonito... donde vivo no lo puedo ver y siempre lo echo en falta.

- Si uno no ve el mar... algo le falta, ¿verdad?

- Pues sí, es cierto, algo falta...

- Mire, ¿ve esa niña tan guapa que juega allí?

-¿Quién? ¿aquella?... está muy cerca del borde, ¿no? se puede caer, habría que avisar a su madre, decirle algo...

- Eso mismo me digo yo, y parece que cada vez se acerca más, podría caerse y su madre no se enteraría, mírela, su madre es aquella, hablando con otras personas y dándole la espalda, como siempre...

-Es que con los niños hay que tener mucho cuidado... no paran quietos... son muy traviesos...

En ese momento la niña se sentó en el suelo, más separada del borde, a jugar.

- ¿Sabe? Yo tengo tres nietos!... son muy guapos.

- Seguro que lo son...

- Sí, lo son, muy guapos.


Pausa de un tranquilo silencio... dos personas mirando el mar...


- Es usted una mujer bella...

- Ah, pues muchas gracias.

-Si tuviera menos años... ¡la conquistaba!.

La mujer miró al hombre con simpatía; sentado en su banco mostraba unas sienes plateadas, ojos color miel, una infinita experiencia arrugada generosamente en su rostro, bien peinado, con un elegante traje color azul oscuro, corbata, camisa impecablemente marcada en cuello y puños, chaqueta a medida, atada en su botón central, zapatos lustrosos y una mirada suave que se parecía a esa bahía en calma... olía bien...

- Parece usted un buen hombre...

- Y lo soy...

- Lo dice muy convencido...

- Es que soy un buen hombre, eso cuando se sabe, hay que decirlo muy alto y sin dudarlo, hay que decirlo con claridad.

-Pues... la verdad es que tiene razón, si ya se sabe hay que decirlo en alto... claro que sí.

- Hay mucha gente que no puede decirlo...

- Sí, hay gente que no puede decirlo tan claro...

- Se ve que es usted una mujer con suerte...

- ¿Con suerte?

- Sí con suerte, tiene unas manos bonitas, no ha trabajado duro, tiene una sonrisa bonita, es feliz, tiene un pelo precioso, me recuerda usted a mi mujer, que en paz descanse. ¿tiene novio?

- (La mujer sonríe). Es usted todo un conquistador...

- No, solo me gustan las mujeres guapas ¿tiene novio?

- Algo así se podría decir, pero no tengo prisa...

- Claro, es lógico, es usted tan joven... diga que sí, no tenga prisa, solo disfrute de la vida... si yo tuviera menos años...

- Se conserva usted muy bien, las personas buenas siempre son bellas da igual la edad que tengan.

Los ojos del anciano miraron fijamente a la mujer y luego sin más el viejo hombre de aspecto trajeado sonrió y continuó mirando el mar.

- ¿Sabe? usted tiene en su vida alguien que le ama...

-Sí, muchas personas me quieren (dijo la mujer enfrentando su pensamiento y sus ojos al horizonte...)

-¡No!, ¡no!, me he expresado mal... no me mal interprete... yo no me refiero a su pareja, yo me refiero a quien realmente le quiere...

La mujer le miró con sorpresa... apenas podía pronunciar palabra, solo le miraba, trataba de distinguir quién era, qué hacía allí, no entendía porqué hablaba así, no lo conocía. Comenzó a sentir un escalofrío, algo le incomodaba, quería marcharse y... no sabía cómo despedirse sin molestarle, sin que notara que ya no quería hablar más... había empezado a tener ganas de llorar.
-Si mucha gente me quiere... yo también soy buena persona, bueno, se hace tarde, creo que voy a marcharme ya...

-Lo entiendo, soy un pobre y loco viejo con el que nadie quiere hablar...

-No, no es eso, no piense eso, es solo... que se me hace tarde, de veras y... pero... oiga, perdone... dígame, ¿porqué ha dicho eso? ¿de quién hablaba? ¿a quién se refería??

-Ah, no era nada... yo solo lo decía por ese que está lejos de usted, que no le habla...

-Ah, sí ya claro, bueno - dijo la mujer un poco indecisa, sin saber bien ni lo que estaba diciendo- ya le entiendo, - y tratando de no escuchar más añadió-: bueno, pues encantada de conocerle, he de irme ya...

-Ah, perdone, soy un viejo torpe, siento haberle molestado, a veces digo las cosas sin pensar, todo el mundo me lo dice... he sido insensible ¿se ha molestado?, preguntó el hombre en tono calmado.

-No, no se preocupe, no es nada, es solo que... bueno nada, que ya he de marcharme... es tarde.

-Por favor, antes de irse ¿me hace un favor?

-Claro, sí, dígame, ¿qué necesita?.

-Dígale a esa mujer que vigile a su niña, yo soy un viejo y mis piernas están torpes.... a mi no me haría ni caso, me pone nervioso verla... mírela otra vez en el borde, dígale que su niña se puede caer...

La mujer le miró entonces más detenidamente, en su rostro avejentado no se percibía ningún signo que no fuera de simple y serena sensatez...

-Sí, sí, claro, no se preocupe ahora mismo se lo digo... respondió la mujer.

Dicho esto, se acercó a aquella señora y señalando a la niña le indicó que tuviera cuidado con ella porque podía resbalarse y caer al mar. La señora miró a la mujer, luego echó una leve mirada hacia el banco y después girándose le dio un pequeño grito a la pequeña para que acudiera a su lado, la niña, obediente, se alejó del borde y se acercó a su madre. La madre le dio entonces las gracias a la mujer y continuó hablando.

Aquella mujer se volvió entonces hacia el banco que ocupaba el anciano y al verle sentado con su traje impecable mirando complacido sintió pena y se acercó para despedirse correctamente de él.

- Ya se lo dije, no se preocupe, ¿vale? esté tranquilo... la niña ya está con su madre, bueno, pues encantada de...

- ¿Me deja decirle una cosa?, solo una... por favor... le interrumpió el hombre en tono de súplica.

- Eh, sí, dígame, ¿qué es?

- El le ama, él le ama, aunque usted no pueda verle, nunca ha dejado de quererla, no lo olvide nunca. Ah, y... -añadió el viejo como si se olvidara de algo importante-, otra cosa más: muchas gracias por ese favor y por darme estos minutos de charla... hoy me sentía muy solo... ya se sabe, con los viejos tontos como yo nadie habla.

La mujer le miró sorprendida y dedicándole una sentida sonrisa, emocionándose pero sin poder decirle nada se alejó del banco camino de su coche. Al abandonar el paseo su corazón estaba en un puño, caminaba nerviosa, no podía pensar nada, estaba aturdida, solo tenía en su mente, en sus ojos, la mirada de ese hombre diciendo esas palabras.

Minutos después ya de camino a su casa al pasar de nuevo, dentro de su coche, por delante del paseo allí vió a ese viejo hombre de aspecto trajeado al que una niña pequeña, la misma que había estado jugando al borde del mar... le llevaba de la mano, junto a ellos aquella señora algo le iba diciendo al viejo hombre trajeado de azul...

Aquella mujer, entendiendo, sonrió y sin saber porqué, creyó en sus palabras.

Al llegar a su casa, contó a su madre lo que había vivido.

La madre escuchó atentamente su historia y mientras iba finalizando la mujer notó que sonreía y asentía. Al terminar simplemente le dijo:

- Ah, qué gracia, ¿ti también te ha pasado?, es un hombre muy mayor que está un poco loco... no sabía eso de que tuviera una nieta...

La hija se quedó sorprendida, y añadió:

- ¿A ti también te ha dicho que alguien te ama?

- Sí, al parecer lo dice siempre, dijo la madre muy tranquila.

- Pero... dime... ¿de quién habla?

- Habla de Dios.


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Homenaje a un hombre trajeado...

La incomprensión que padecen las personas en el ocaso de su vida... nos hace detenernos a pensar en un tipo de soledad dificil de apreciar pero que es real... nos educa para escuchar más y ser más comprensivos.

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domingo, 1 de marzo de 2009

Gesto cercano

Esperaba el ascensor, cuarto, tercero, segundo.... ah ya llega, me he dicho cuando he observado en una pantalla digital que se aproximaba al bajo.

Al abrirse las puertas cual no sería mi sorpresa al ver a una pequeña niña de rizos morena, grandes ojos y carita a punto de llorar mirándome y sola. Su cuerpo ha retrocedido, no podía pronunciar ni una sola palabra cuando ha decidido que el llanto era lo único que podía ayudarla en ese momento. Al verla yo me he quedado sorprendida pensando ¿de dónde sale esta niña? ¿tan sola? e inmediatamente he comprendido que algo pasaba puesto que una niña tan pequeña, no alcanzaba los tres añitos seguramente, no era capaz de pulsar ningún botón del ascensor, su altura aún se lo impedía.

Pero la niña ha continuado mirándome, entonces yo agachándome a su altura y sujetando la puerta del ascensor para que no se cerrara le he dicho:

¿dónde está tu mamá?

Ella me ha mirado, tal vez la única palabra que entendía fuera la última o tal vez no entendía nada porque ha emitido un lloro pequeño y asustado a modo de contestación.

Yo me he acercado más y sujetando una de sus manitas le he dicho: tranquila, tu mamá va a venir ahora. La niña se me ha quedado mirando y agarrando fuertemente mi mano con sus pequeños dedos se ha quedado mirando un anillo que llevaba y que debía llamarle la atención, luego como volviendo a su realidad de niña perdida, ha vuelto a mirarme, cómo tratando de preguntarme con la mirada, tratando de entender. Yo la he tranquilizado con palabras, no tenía nada más para tranquilizarla. No pasa nada, le he dicho, creo que has bajado sola en el ascensor pero vamos a ir a buscar ahora a tu mamá.

De repente he oido en la escalera la voz de una señora que decía: - ¿mi niña? ¿dónde está mi niña? ¿está abajoooo?

Yo al entender que lo único que había sucedido es que al llamar yo al escensor la puerta en un piso se había cerrado para atender mi llamada, sujetando la mano de la pequeña y levantándome he gritado: - no se preocupe ¡está aquí en el portal!, está conmigo, tranquila, está bien.

Entonces he empezado a oir pasos apresurados bajando por la escalera. La niña continuaba mirando de frente a la puerta de la calle sin comprender que esas fuertes pisadas salían de la escalera, de un lateral del ascensor, al bajar tan rápido los ruidos eran grandes y la niña de nuevo ha empezado a esbozar un tímido lloriqueo asustadizo mirándome. Entonces yo agachándome de nuevo para que me escuchara mejor, he empezado a hablarle con la voz muy calmada, muy suave para tranquilizarla:

- mira, - le he dicho, - ya baja tu mamá, viene por las escaleras por eso oyes ruidos tan grandes y fuertes, pero no hay que tener miedo, porque es tu mamá que viene a buscarte, ya casi está aquí, lo único que ha sucedido es que has bajado sola en el ascensor pero tú mamá baja ahora para estar contigo.

La niña me miraba y no apartaba la vista de mis ojos. Mi voz suave debía chocar literalmente con las zancadas de la asustada señora, su cuerpecito temblaba ante cada pisada sonora que retumbaba sobre el entarimado de madera pero su manita se relajaba en la mía ante mi voz y así después de varios pisos ha aparecido la madre de la niña. Al ver a su madre la niña ha abierto mucho los ojos como si acabara de encontrarse con el mayor de los tesoros y soltando mi mano la ha acercado a la de su mamá, que preocupada, mientras la sujetaba me preguntaba por lo que había pasado.

Yo le explicado que seguramente había llamado al ascensor al mismo tiempo que su niña entraba en él y al cerrarse la puerta la había bajado. - Todo ha quedado en un susto -he añadido, - es lógico, estas puertas se cierran muy rápido y puede pasar.

La amable señora me ha dado las gracias por haber estado con su hija varias veces y luego se ha marchado con su niña.

Mientras yo, sujetando la puerta, entraba en el ascensor y por un momento pensando en toda la escena no pulsaba sobre el botón de mi piso, en esos breves segundos en que esa puerta aún no se cierra si no le ordenan nada, la niña, de la mano ya de su mamá, se ha vuelto y mirándome me ha sonreido, con su manita derecha girando su cuerpecito me ha enviado agitando su palma, un saludo, un despedirse infantil.

La puerta se ha cerrado por completo y en mi cara ha quedado impresa una sonrisa niña y una mano moviéndose. Apenas he podido devolverle el gesto ni una palabra puesto que no imaginaba que fuera a hacer algo así. Mientras subía en el ascensor me iba encontrando, sin saber porqué, cada vez mejor, recordando toda la escena vivida.

Dos horas después, al salir de nuevo de mi casa, me he encontrado en mi piso a una vecina, buena persona pero bastante cotilla que haciéndose la encontradiza diciéndome que iba a visitar a su hermana me ha preguntado: - ¿qué te pasó antes en el ascensor?. Yo recordando le he contestado: - ah, no fue nada, una niña pequeña que se había bajado en el ascensor sola cuando yo lo llamé. La vecina me ha dicho entonces: - sí, al oiros me he asomado, es la hija de la señora de la limpieza del cuarto piso. Yo he mirado a mi vecina tratando de mostrar poco interés en lo siguiente que iba a querer contarme y con intención de cortar el tema ella muy resuelta me ha dicho: - es un niña sordomuda.

Muda y sorda me he quedado yo mientras bajaba en el ascensor, solo pensando...

Al llegar al portal, mientras salía a la calle no podía evitar llevar en mi cara una emocionada sonrisa, tal vez fuera el mismo tipo de sonrisa que esa niña pequeña me había regalado.

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Eso sucedió ya hace algún tiempo y no he vuelto a ver a esa niña, por eso, a pesar de que escribo cuentos educativos y utilizo para expresarme muchos tipos de palabras, sé que, en su día, quiso la vida que entendiera algo importante: que existen muchas personas sordomudas en esta vida, personas que creen que porque hablan, escriben o callan, dicen cosas importantes que los demás han de entender y asumir como certezas. No es cierto, lo que no sale del corazón, no significa nada. Prueba de ello es que ese gesto de esa niña pervive en mi y jamás me ha podido darme ni un hola ni un gracias.

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