jueves, 28 de enero de 2010

Profundidades

Alguien dijo una vez: "la música es la banda sonora de nuestra vida"

Hagamos pues que la película sea bella.







Desciende...

Desciende para sentir unas lágrimas que no son las tuyas, desciende para añorar un gesto suave sobre tu rostro, sobre tu cuello, desciende para imaginar el vaivén de un mar reposado de virtudes que afloran en su superficie aferradas a la balsa de tus sentidos recuerdos.

Desciende para sentir esfuerzos, desciende para compartir este momento conmigo, desciende para imaginarme a tu lado sin que me veas, en tu caminar sin que sientas las huellas de mis pasos, en tu mirada resbalando contigo en una lágrima, en tu boca, recostada en ese beso que guardas en tus labios, en tu pelo, enredando mi sonrisa pícara en una cana, en tus manos bosquejando caricias en las venas de tu piel, en tus dedos, sintiendo el tacto de unas palabras cambiadas. A tu lado, sin pedir nada.

Desciende, reposa, entorna los ojos, descansa en la llanura de una música extendida... delicada. No desciendas para olvidar, deciende para entender, para sentir.

Ahora... para, déjalo, ya no desciendas más, eleva los ojos hacia la cima y escucha... mi esperanza te llama.

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Solo descendiendo se aprecia realmente la altura de una montaña.

Escrito para todas aquellas personas que necesitamos siempre de un sonido de esperanza.

jueves, 7 de enero de 2010

Iniciando un nuevo camino...




COMPAÑERO DE MOMENTOS LENTOS

Hace unos días ví a un hombre caminando, iba muy lento, tan lento que cada paso que daba era un mundo para él, apenas posaba una pìerna parecía que habían pasado horas, sus huellas no se marcaban, se borraban en la lentitud del avance, así que nadie podía advertir realmente que iba caminando, su quietud era inmensa, su cuerpo apenas se desplazaba pero él con estusiasmo, con confianza, con valentía, sin decaer en el ánimo continuaba dando pequeños pasos, posando sus pies, estabilizándose, avanzando.

Yo, yendo con el paso más firme, más rompedor, más rápido, le alcancé en mi camino e inevitablemente aflojé mi paso y me puse a su altura; él amablemente me saludó y por unos momentos iniciamos una conversación en ese breve ratito de coincidencia en nuestro camino.

Hablamos amigablemente, incluso con familiaridad al hacerme confidencias sobre sus experiencias de vida, sus viajes pues había sido marinero mercante, los pequeños secretos de su desgastada vida, en ocasiones para afianzar sus palabras posaba su mano en mi hombro como tratando de acercarme más a él y se disculpaba, siento ir tan despacio, me decía con una voz quebrada y temblorosa, no se preocupe contestaba yo y así continuabamos progresando; en otros momentos buscaba apoyarse en mi mano como intentando recuperar aliento, luego recobrando fuerzas me soltaba y me hablaba en voz baja cosas que sólo pudiera escuchar yo.

Asi anduvimos un pequeño trecho del camino, muy pequeño pero interminable. Su lentitud era tan grande que tuve que acomodar mi paso al suyo para poder ir a la par. En ese trayecto a menudo levantaba la vista y miraba, no dejaba de mirarme, de sonreirme, de intentar escuchar lo que decía, pues por su avanzada edad su oído estaba ya muy deteriorado. Hablaba con dulzura, con palabras suaves y pausadas, buscando siempre en mis ojos la actitud de entrega necesaria para proseguir.

Tras esos momentos de charla, tuve que forzar una despedida pues me estaban esperando y se me hacía tarde, el paso lento del buen hombre era muy grande, así que nos despedimos, con cordialidad, como si ese encuentro casual fuera algo necesario y útil para que yo entendiera algo en mi vida. ¿Hacia donde va?, le pregunte finalmente interesándome por el destino de su trayecto. ¡Hacia adelante! dijo él sonriéndome animosamente y dejándome completamente cortada sin poder decirle ya nada más.

Al quedarme ya a solas, apreté mi paso. Fui consciente de que iba dejando a mi viejo compañero de breves minutos más atrás, en otro punto más retrasado del camino, con su propio destino, con su propio rumbo. Al verme sola caminando, de nuevo con paso firme y decidido noté un vacío, una sensación extraña, iba rápido, alejándome pero esa era la sensación que tenía, que me alejaba. Sin saber muy bien porqué volví la vista y allí ví a ese pasajero, temporal y anciano compañero de escasos momentos, andando con dificultad, dando pasos pequeños, lentos, comedidos, planificados. Sin saber bien porqué me quedé mirándole, él para andar se mantenía pendiente tan solo del suelo, de sus piernas, de no caer, no podía darse cuenta de que le miraba, pues su concentración era grande para dar sus lentos pasos, para no tropezar. Allí me quedé mirando unos segundos más como avanzaba con dificultad, al ver cómo proseguía, por un momento, solo por un momento, entendí algo.

Sonreí, él no me veía pero yo sonreí, dí media vuelta y comencé a caminar, mi paso seguía siendo igual de firme pero andaba ahora más despacio, más reposada, respirando más profundo, disfrutando más del camino, entendiendo mejor mis pasos.

Un breve encuentro de minutos que ayuda a entender algo:

Ese encuentro se produjo en un estrecho pasillo; al salir del ascensor para dirigirme a visitar a un familiar enfermo topé con ese amable viejecillo e inevitablemente avanzamos ambos por un estrecho tramo de pasillo durante unos minutos. Él, con su paso muy lento, llevaba un andador que ocupaba todo el corredor y era imposible hacerse un hueco sin molestarle. Al despedirnos cuando comenzaba a ensancharse un poco más el pasillo y decirme que iba hacia adelante se dirigía tan solo a un comedor cercano para cenar. Lo sé porque casi una hora más tarde allí le ví, estaba sentándose por fin a la mesa.


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Existen personas que dan pasos lentos, tal vez mucho más lentos que otros y aún así, tienen un motivo para caminar, algo por lo que sostenerse y aunque sea casi imperceptible su movimiento, su avance, tan solo por su creencia y su esfuerzo avanzan, no decaen... llegan.

Porque todo el que avanza, llega.


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