miércoles, 14 de abril de 2010

Puerta de las tristezas

- ¿A dónde he de acudir a dejar mi queja?, dijo resuelta la voz de una niña situándose ante el mostrador de Reclamaciones de la oficina principal de la gran ciudad.

- Pues... no lo tengo muy claro, - respondió una voz, - verás te explico:

- Las quejas sobre la autoestima las tenemos apiladas a la derecha, los pesares por lo que se pudo hacer pero no se hizo en alguna situación están a la izquierda, los reproches es ese gran montón que ves en el centro de esa mesa y los deseos utópicos de buena voluntad, pues, allí, los hemos dejado apartados en aquella esquina, no son muchos, - se disculpó el funcionario.

Y si lo que quieres es simplemente rellenar una reclamación porque no te conceden un deseo pues no tienes nada más que decirmelo, si está en mi humilde mano yo mismo te lo concederé, siendo una niña tan simpática y tan pequeñita no creo que yo que tus deseos no puedan cumplirse rápidamente, - dijo el hombre a modo de gracia mirando la estatura de la niña, que apenas asomaba su naricilla sobre el borde del enorme mostrador.

- Pero... - dijo la niña un poco contrariada, - yo es que... yo quiero poner una queja, pero mi queja es porque no me quieren bien... ¿dónde tengo que dejarla?

- Humm, es que, no hay montón para eso, - dijo el hombre sorprendido por sus palabras, aún nadie nos había venido con una queja así, tan... tonta... tan rara.

- Yo no considero tonto ni raro que no me quieran bien, mas bien considero que es... pues muy triste, - dijo la niña entornando sus ojitos y bajando su cabecita y su mirada, con lo cual desapareció de la vista de aquel hombre y comenzó a escucharse solo un tímido y anónimo llanto...

El hombre al oirlo, conmoviéndose y poniéndose de pie para asomarse por el mostrador, mirando hacia abjo le dijo: - no, perdona, levanta tu carita, no quería ser tan brusco al hablarte, lo siento, es solo que tu queja pues no encaja en ningún montón de los que tenemos.

- Entonces, - dijo la niña con sus lagrimillas en las ojos, subiéndose de puntillas haciendo un esfuerzo: - entonces... ¿no voy a poder a poder mi queja? ¿nadie la va a leer? ¿no voy a poder solucionarlo?

- Pues, es que... la verdad es que no... - dijo el hombre confundido.

Pero la niña no perdió el ánimo ante la respuesta y dijo: - Y... ¿sabe usted qué he de hacer para que mi queja encaje en algún sitio?, - expreso con voz inocente y con dulce ingenuidad en su pregunta.

- Pues... hummm, veamos, quizá haya una solución, - contestó el buen hombre con una voz mucho más ilusionada al recordar algo... - se me ocurre que puedes dejarla ahí... tras esa puerta que está cerrada. Verás, - continuó el señor, - es que si quieres podemos intentar catalogar tu queja como dentro del grupo de Quejas que producen Tristeza, he visto que te apena mucho lo que te pasa y es lo único que se me ocurre para que puedas dejarla. La puedes dejar allí, tras la puerta, tenemos tantas que le hemos dedicado una habitación entera para recogerlas todas...

- ¡¡Muchas gracias!! - dijo la niña y resuelta se acercó a la puerta, pero al intentar abrirla no pudo, tiró y tiró pero nada pudo hacer, la puerta no se abría, estará cerrada o será que no yo no tengo tanta fuerza para abrirla, pensó.

- ¿Me puede abrir la puerta señor?, - preguntó con su vocecilla y mirando al buen hombre - ¡parece que no se abre!.

- Qué raro, - dijo el hombre que ya había vuelto a sus quehaceres cotidianos, - eso no puede ser . Y acercándose para intentar abrirla comprobó que la niña tenía razón, no se abría.

No sé porqué no abre esta maldita puerta... masculló entre dientes mientras continuaba haciendo fuerza al empujarla - ¿tú sabes porqué esta puerta no se abre? - dijo entonces mirando a una secretaria que en ese momento estaba haciendo unas fotocopias y atenta solo a su labor.

- Ni idea, - respondió la amable señora, - han ido dejando tantos papeles por debajo de ella que será simplemente que ya no caben más y se ha quedado atascada.

- ¿Atascada? - dijo la niña con sorpresa e indignación... - pero... ¿es que ustedes no leen y atienden las quejas que les llegan?

- Bueno, - contestó el hombre con vergüenza, - es que... como llegan tantas, alguna sí que leemos, pero en fin, el trabajo se nos desborda no podemos atenderlas a todas... todo lleva su tiempo... son muchas... no podemos leerlas todas... - repitió bajando los ojos, sabiendo que su excusa tenía menos madurez que la niña que le preguntaba.

La niña se quedó mirando al hombre, luego tras unos segundos de pensamiento, se acercó a una mesa, cogió un papel, un bolígrafo, guardó su queja en un bolsillo y comenzó a escribir en su nuevo papel algo...

El hombre sin entender qué hacía volvió a sus tareas pensando: seguramente está cambiando su queja para poder dejarla en algún montón de los que antes la indiqué, es lo que tenía que haber hecho desde el principio, qué niña más pesada, me ha hecho perder una de tiempo...

Pero al cabo de unos minutos, la niña de nuevo se acercó al mostrador, de nuevo se puso de puntillas y dijo: - por favor, ¿dónde me había dicho que se dejan los deseos, esos que puede concederme rápido ??

El hombre, miró a la niña asombrado... - pues... ehh... pero ¿ya no quieres poner tu queja?, -acertó a decir desconcertado.

- No, - dijo la niña con resolución, - quiero pedir un deseo... ese sí me le atenderán ¿verdad?, usted me ha dicho antes que sí y... ¡no creo yo que en esta oficina se dediquen a engañar a una pobrecita e indefensa niña de tan solo once años!!!, ¿verdad que no??, eso no será sí, ¿verdad?? - dijo la niña elevando cada vez más con intención el tono de su voz para todos los que allí estaban la oyeran.

Los demás comenzaron a trasladar curiosos sus miradas hcia el funcionario y la niña con los ojos muy grandes le miraba con el ceño fruncido, esperando una respuesta; la puerta de un despacho comenzaba a abrirse lentamente... entonces el hombre al ver en qué apuro le estaba colocando aquella niña y antes de que algún superior preguntara qué pasaba, le dijo rápidamente a la niña en tono conciliador, para que todo se calmara: - sí, sí, claro, claro. Como bien te dije, los deseos se atienden al momento, no hay que esperar. Bueno solo si son posibles, - aclaró el hombre, tratando de cubrirse las espaldas, ten en cuenta que hay algunos que son muy difíciles, incluso imposibles y esos pues...

- Sí, sí, - dijo la niña interrumpiendo al hombre, - no se preocupe, este es un deseo fácil de conceder, ya lo verá, - y con resolución tendió el papel al hombre que boquiabierto por la seguridad de la niña no acertaba a saber qué hacer con él.

- Leálo, - dijo la niña y por favor concédamelo cuanto antes, tengo mucha prisa. Estaré en ese café que hay ahí enfrente, en cuanto me haya concedido mi deseo, me avisa, ¿vale?. Muchas gracias y buenas tardes, - concluyó la niña dirigiéndose a la pesada puerta de cristal que daba acceso a la calle.

Allí quedó el hombre, temblando, con el papel en las manos, mientras muchas personas, que habían visto toda la escena se fueron agolpando a su espalda. De repente una voz más impaciente y nerviosa que otras dijo de forma un poco inquieta: - ¿es que no nos va a decir qué pone??, estamos en ascuas, por favor... ¿qué pone??

El hombre mirando el papel, comprendiendo y dedicando una leve sonrisa a todos los que allí estaban leyó en voz alta:

- Por favor, ¡¡derriben inmediatamente la puerta de las tristezas!!.

C.M.

Cuento en blanco


¡Cuéntame un cuento!, uno de esos bonitos, de esos tan raros, de esos tan extraordinarios, algo de todo eso que te sucede y que es tan especial, ¡me encanta cuando cuentas esas cosas!, por favor, ¡cuéntame un cuento!.

Yo, entornando los ojos para que no apreciara el cansancio en mi mirada, le dije: está bien, pensaré en algo que me haya sucedido y te lo contaré:

Una vez recuerdo que estuve en un parque... llegué, posé mis zapatos en la hierba y me senté bajo un árbol...

Recuerdo que a pesar de sentirme bien, mi corazón estaba triste, me pesaban los párpados, estaba cansada y me quedé dormida... Cuando desperté recordaba un sueño que había tenido y sin atender a nada me puse en pie levantándome con rapidez, como tratando de respirar otro mundo, distinto aire..., más, de repente, ya de pie pude ver todo a mi alrededor lleno de hojas, formando una mullida alfombra junto a mis pies. Entonces, miré hacia arriba y recuerdo que pensé ¿a qué árbol pertenecerán todas estas hojas caidas?, pero no ví ninguno que careciera de su vestido natural así que ensimismada en mis pensamientos me dispuse a recoger cada una de las hojas caidas.

Y así fui recopilando con mimo y cuidado cada una de las hojas esparcidas, a mis pies había varias, las recogí todas, las sujeté en mi mano, un poco más lejos había otro montoncito más, hacia allá dirigí mis pasos, las levanté del suelo, las añadí al grupo que ya tenía en mi mano. Y así lentamente fui recogiendo todas y cada una de las hojas que podía encontrarme en los alrededores. Cuando estuve convencida de haberlas cogido todas, miré mis manos que rebosaban de hojas, apenas podía sostenerlas todas con dificultad, pero me sentía satisfecha por la labor realizada.

Pero, de repente un poquito más lejos divisé una hoja que se me había escapado, vaya, pensé, que contrariedad llevo las manos tan llenas que si trato de cogerla tal vez se me caigan algunas, o tal vez todas, no sé... humm... bueno, trataré de agarrarla y espero que aún haya un huequecito para ella. Tomé la hoja tratando de sujetarla en un pequeño espacio que aún parecía que se holgaba lo suficiente para albergarla, pero se me resbaló, tratando de huir de mi piel y a punto de peligrar el resto de hojas que había logrado reunir con paciencia, dejé caer de nuevo esta última para que eso no sucediera. Enseguida un viento que por momentos soplaba con más intensidad la levantó del suelo y se la llevó volando hacia otro lugar mucho más lejano e inaccesible para mi, al verlo, recuerdo que pensé con tristeza... vaya no he podido recuperarlas todas... y esa seguro que por ser la última era la más importante, bueno, nada se puede hacer ya, me conformaré con las que me puedo llevar y así con todas las hojas juntas, complacida de verlas en mis manos me alejé del lugar...

- ¿y qué hiciste con tantas hojas en tus manos?, dijo la voz que había estado escuchando mi historia con atención.

Nada, me fui a mi casa y me puse a ordenarlas..., le respondí yo.

- ¿A ordenarlas?, ah, ya entiendo, seguro las ordenaste por colores, o quizá por tamaños, a lo mejor hasta se te ocurrió ordenarlas por las sensaciones que te provocaban al mirarlas...

- ¡no!, espera!, - gritó de nuevo, - seguro las ordenaste por recuerdos, según su forma, su aspecto, cada una te fue recordando algo bonito o feo de tu vida y así les pusiste nombres, nostalgia, pena, alegría, melancolía, amistad, amor... y luego las guardaste todas en una de esas cajas que siempre tienes llenas de cositas especiales, seguro que eso hiciste... o tal vez... ah, ya sé, claro, ¡todo era un sueño!, ¡de esos de los tuyos!, ¿no?...

Viendo que yo no respondía a nada de lo que él decía añadió: - bueno, mejor me callo que te descubro el final y es mejor que me lo digas tú, seguro es emocionante oirtelo decir: ¿cual fue tu forma de ordenarlas? ¿cuál?, - interrogó con emoción esperando esa respuesta que le dejara boquiabierto.

- Las ordené por números - contesté yo con tristeza.

- ¿por... por números?, - dijo con desilusión en su voz - no entiendo, las hojas de los árboles que yo sepa no están clasificadas, ni tienen números.

- No, - le dije yo - tienes razón, las hojas de los árboles no se pueden ordenar por números, sería una locura recogerlas del suelo y hasta tratar de contarlas, ¿verdad? pero las hojas de mi libro, las que se me cayeron del regazo cuando me levanté con tristeza de dónde me había quedado dormida, esas sí que se pueden ordenar, por números de página.

Aquella persona me miró con vergüenza en sus ojos e intuyendo lo que trataba de decirle simplemente añadió: - tienes razón, perdona ¿me enseñas tu libro?

Claro, respondí cambiando mi gesto desilusionado por una sonrisa de comprensión, pero..., añadí recordando algo con pena... has de ayudarme a ponerle un título, esa hoja que no cabía en mis manos, la que voló de mi lado y ya no me la pude llevar, era la página de la portada... aún estaba en blanco.