Hubo una vez un juego de magia. Decían las lenguas curiosas que había caído del cielo y quien lo jugaba se volvía inmensamente feliz y ya no tenía que volver a preocuparse por su felicidad el resto de su vida. Así que se podrá comprender todo el mundo quisiera jugar a ese juego.
Nadie sabía el porqué de ese juego, pero las reglas eran sencillas, se tiraban dos dados sobre una mesa tres veces. Si en alguna de las tiradas los puntos de los dados sumaban menos de 10 esa persona experimentaba un regocijo increible y comenzaba a ser feliz, a tener suerte y a irle todo bien en su vida. Algunas personas ya habían podido experimentarlo y era una sensación increible. Si no se conseguían menos de 10 puntos se tenían tres tiradas en 365 oportunidades, todo un año y 1095 intentos para lograrlo. Por pura probabilidad estaba garantizado conseguir tal puntuación sin que pasara mucho tiempo y volverse feliz para siempre.
Pero había un problema. El juego sólo lo disfrutaba un vecino de ese pueblo cada año. Para el relevo de cada año había una única norma: la persona que optaba a conseguir el juego debía demostrarle a los demás que, al menos una vez en la vida, aunque fuera un instante, había sido realmente feliz.
Terminado el año, para decidir quién iba a ser el nuevo poseedor de ese juego se hizo un nuevo concurso. Acudió todo el pueblo muy animado a contar ese momento de sus vidas en que habían sido muy felices. Uno dio un paso al frente y dijo: yo recuerdo haber sido muy feliz una vez que estando en el campo de pura casualidad me encontré una moneda medio enterrada, era de oro, el hallazgo me hizo sentir muy feliz por inesperado y valioso. Todos aplaudieron la historia. Entonces otro se adelantó y dijo: pues yo recuerdo una vez que consegui trepar a lo más alto de un árbol, fue dificil, me herí las manos con las punzantes hojas de las ramas, pero no desistí y cuando me vi arriba, en la copa, me sentí muy feliz por haberlo conseguido. De nuevo hubo aplausos. Se aproximó un tercero que habló de esta manera: en cierta ocasión yo ví un pájaro mal herido, a punto de morir, lo recogí lo cuidé y con lo poco que sabía sobre los pájaros lo curé. Pensaba que moriría pero un buen día lo vi revoloteando por mi habitación y ese aleteo de vida fue un momento de felicidad irrepetible. Los aplausos en ese momento se intensificaron.
Tras varias historias más y muchísimos más aplausos de repente un pordiosero salió de entre la multitud y dio un paso al frente.
- ¿Quién eres tú? le interrogó un vecino.
- Uno que cree tener una historia digna de ser escuchada, dijo el pordiosero algo nervioso.
- ¿Estás seguro de ir a contarnos una historia que realmente te haya producido felicidad?, le dijo el habitante del pueblo mirando sus ropas con desprecio y con cierta desconfianza en sus ojos.
- Si, dijo temblando el hombre.
- Bien, tú mismo, entonces cuenta tu historia.
El pordiosero, levanto sus manos hacia los allí reunidos y les dijo:
- Bueno yo... en realidad no soy nadie para nadie, no tengo nombre, no tengo casa, no tengo familia, no tengo amigos, no tengo estudios, ni dinero, ni posesiones. No pido ni espero nada de nadie, tampoco nadie me espera; no comprendo mucho cuando me hablan, no sé leer, ni escribir, oigo y veo poco, sólo como una vez al día lo poco que me ofrecen las buenas personas, no tengo inteligencia ni capacidades, jamás he tenido suerte en mi vida, a veces pienso que incluso ni sé pensar. No busco nada, tampoco encuentro nada, nadie me llama ni piensa en mi, ni me dice hola o se molesta en decirme adios, soy ignorante e ignorado; no puedo trepar a ningún arbol ni montaña porque mis piernas son muy débiles, estoy enfermo, camino muy despacio, a veces ni puedo moverme, soy muy viejo, no puedo curar animales porque no sé ni curarme bien a mi mismo, no tengo bonitos recuerdos, solo tristeza en mi vida desde que mi memoria alcanza, por no tener no tengo ni siquiera razones para vivir más. Y diciendo esto bajó sus manos y se calló.
Todos comenzaron a murmurar entre ellos, pues nadie entendía qué significaba aquello, ¿qué quería decir? ¿porqué entonces había dado un paso al frente? ¿eso era lo que ese hombre creía que era la felicidad?
- Y entonces, ¿porqué has dado un paso al frente? se atrevió a replicarle un vecino.
- Este es el concurso anual para conseguir ese juego que produce felicidad ¿verdad?.
- Sí, - le dijo el vecino, - pero para conseguirlo has de aportar algo que nos parezca que te ha hecho muy feliz en tu vida.
- ¿Muy feliz? repitió el hombre mirando a todos los presentes con mucha nostalgia en sus ojos. Bueno, no sé bien porqué, pero ahora mismo tengo un nudo en mi garganta, manos sudorosas y unas inmensas ganas de reir y llorar, si yo pudiera conseguir... si fuera posible ... algo que llevo callado y deseando todos estos años de vida...
- ¿Qué es??? - gritaron todos excitados a un mismo tiempo.
- Yo tuve ese juego en mis manos hace 30 años, lo intente muchas veces, apenas dormí intentándolo, no lo conseguí... Quisiera por favor, tener una nueva oportunidad, me haría inmensamente feliz volver a intentarlo... ¡PODER VOLVER A JUGAR!.
Es que ... - añadió con un hilo vibrante de voz - ¡ya he aprendido a SUMAR!
Todo quedó en silencio. Los asistente pudieron ver que en los ojos de aquel hombre había un brillo de ilusión, motivación y esperanza como jamás nadie había visto. La emoción del momento duró varios minutos en que cada cual se puso a pensar su propia vida y sus circunstancias y sin darse cuenta cada persona comenzó a entender que tampoco su vida era tan mala, o tenía salud, o tenía casa, o tenía familia, a tenía amigos, o tenía estudios o ganas de vivir... incluso si había alguno al todo le había ido terriblemente mal en su vida, si hubiera tenido la oportunidad de tener ese juego en sus manos...
Todos, muy conmovidos, acordaron por unanimidad concederle ese año al prodiosero la nueva propiedad del juego y los aplausos en la entrega fueron tan emotivos, sinceros, alegres y duraderos que hicieron llorar al pordiosero de pura emoción y los presentes aún más. Y de repente sucedió algo verdaderamente mágico. Todos comenzaron a sentirse realmente felices y a bailar, reir y disfrutar.
Realmente ese hombre era el primero al que le había caído del cielo ese juego y vagaba desde entonces de mano en mano hasta poder encontrar a alguien que sintiera lo que era un momento verdadero de felicidad.
MORALEJA DEL CUENTO
Si tienes algo en tu vida, por pequeño que sea, ya tienes más posibilidades de ser feliz que el que nada tiene.
Si no tienes nada, si nada te queda, da un paso al frente, existen nuevas posibilidades: vuelve a intentarlo, es la esperanza y el deseo de lograrlo lo que produce felicidad.
C.M.