miércoles, 3 de noviembre de 2010
viernes, 22 de octubre de 2010
Caminando...
todavía soñamos, todavía esperamos,
a pesar de los golpes
que asestó en nuestras vidas
el ingenio del odio,
desterrando al olvido
a nuestros seres queridos.
Todavía cantamos, todavía pedimos,
todavía soñamos, todavía esperamos;
que nos digan adónde
han escondido las flores
que aromaron las calles,
persiguiendo un destino
¿Dónde, dónde se han ido?
Todavía cantamos, todavía pedimos,
todavía soñamos, todavía esperamos;
que nos den la esperanza
de saber que es posible
que el jardín se ilumine
con las risas y el canto
de los que amamos tanto.
Todavía cantamos, todavía pedimos,
todavía soñamos, todavía esperamos;
por un día distinto,
sin apremios ni ayuno,
sin temor y sin llanto,
porque vuelvan al nido
nuestros seres queridos.
Todavía cantamos, todavía pedimos,
Todavía soñamos, todavía esperamos...
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lunes, 20 de septiembre de 2010
El Sombrero Rojo
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jueves, 16 de septiembre de 2010
Dudas que tienen respuesta
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martes, 3 de agosto de 2010
Cuentos difíciles
- ¿Qué te pasa? - le dijo su papá.
- No es nada, no es nada, estoy bien, - contestó el niño yendo rápidamente a su habitación.
Pero el padre no se quedó contento con la respuesta y preocupado por su hijo, viendo que no estaba en la mesa a la hora de la cena, fue a su cuarto a preguntarle.
- ¿Qué tienes? ¿algo te preocupa?, le preguntó el padre golpeando la puerta de su habitación.
- Que no es nada, ¡déjame tranquilo!, solo quiero estar solo.
El padre reflexionó unos segundos sobre la respuesta de su hijo y de nuevo habló:
- ¿puedo hablar contigo? es por algo importante, es que necesito un consejo tuyo.
El hijo, al escuchar aquellas palabras sin saber bien cómo reaccionar ante tal petición, abrió la puerta y dejó entrar a su padre.
Entonces el padre le habló así:
Verás, necesito contarle un cuento a tu hermano pequeño para que se duerma y ya se los sabe todos, no sé cuál contar, ¿podrías decirme tú uno que pudiera gustarle?
El niño tratando de demostrar normalidad le dijo a su padre con seriedad.
- No sé, cuéntale un cuento FACIL, seguro que le gustará, dijo el hijo con la voz derrotada.
- ¿uno fácil? uno... ¿fácil? - volvió a repetir su padre intentando entender a su niño.
- Sí, uno fácil, leelé un cuento fácil, - dijo el hijo.
El padre se quedó meditando y sin llegar a comprender lo que su hijo pedía no tuvo más remedio que decirle:
- ¿Y cuál podría ser para ti un cuento fácil?.
Y el niño como si le fuera a dar una lección a su padre sentado sobre la cama y con los ojos aún enrrojecidos, cruzó los brazos en actitud de adulto y le explicó a su padre:
- Pues por ejemplo un cuento en el que dos conejitos van al campo con su mamá y uno se escapa y entonces le buscan y le buscan y le buscan por todo el bosque y al final le encuentran comiendo moras y con la tripa tan llena que no podía moverse y su mamá le dice que no vuelva a irse de su lado sin avisar, que aún es chiquitín para quedarse solo y entonces el conejito le pide perdón a su mamá y le dice que no volverá a hacerlo y su mamá lo carga en sus brazos y regresan todos juntos y felices a su casa.
El papá miró al niño con asombro, no solo acababa de inventarse un cuento bonito sino que además el mensaje del cuento era educativo. Pero confuso aún por el título que le había puesto le dijo a su retoño:
- hijo y ¿porqué a ese cuento le llamas el cuento fácil?.
El niño sin demostrar un ápice de sorpresa por la pregunta le dijo a su padre:
- pues porque es un cuento fácil ¿no lo ves? es un cuento feliz, sencillo de contar y de entender, seguro que le gustará y se dormirá enseguida.
Y entonces su padre, intrigado por tal respuesta se atrevió a preguntarle de nuevo a su hijo:
- No lo entiendo bien, si eso es un cuento fácil, entonces ¿cúal podría ser un cuento dificil??
- Hummm, - dijo el niño cambiando su rostro, - eso no es fácil de responder, humm, veamos un cuento difícil sería aquel en el que dos conejitos van al campo con su mamá y uno de ellos se escapa y se va al bosque y se encuentra con otro conejito que lleva muchos años viviendo solo y se van juntos a pasarlo bien, y su mama y su hermanito le buscan desesperados pero llega la noche y no lo encuentran, entonces llaman a la policía y todos se ponen a buscarle. Al final lo encuentran pero está muy mal herido, pues su compañero de juegos, que era más mayor, lo abandonó a su suerte cuando se cansó de estar con él y como era muy chiquitín no podía defenderse de los peligros que hay en un bosque y cayó en una trampa de osos y casi se muere. Pero al final lo recuperan y se lo llevan a casa para que se cure y su mamá le dice que no vuelva a escaparse y él, al ver a su mamá tan triste, con lagrimitas en los ojos le pide perdón y le dice que lo había pasado muy mal y que no volvería a hacerlo y todos se quedan tranquilos y viven felices.
El padre se quedó aún más boquiabierto al ver la imaginación y facilidad expositiva que tenía su hijo pero una duda le quedó en el aire y le dijo de esta manera:
- Ah, ya comprendo y le llamas el cuento difícil porque se complica mucho y pasan muchas cosas hasta llegar a un final feliz, ¿no?
Entonces el hijo con una mirada ensombrecida por la pena le dijo a su padre:
- No, papi, no es un cuento difícil por eso.
Y de nuevo con los ojos enrramados, calló y bajó la mirada sin decir nada más.
Su padre, al comprender entonces que algo importante le pasaba a su hijo, pues esa no era su actitud normal como respuesta, le dijo así:
- Hijo, ante de ir a contarle ese cuento fácil que me has dicho a tu hermano, ¿porqué no me cuentas ahora ese cuento difícil en el que ahora estás pensando??
El niño se quedó pensativo unos segundos y habló de esta manera:
- Esta mañana al ir al cole por un camino distinto he encontrado sin vida y tirado en una calle a mi mejor amigo Tomás, cuando no estaba en clase andaba siempre con malas compañías y se había escapado de casa hace unos días. No han podido dar con él hasta ahora y su familia lo ha pasado muy mal. Cuando le he encontrado era muy tarde para hacer nada, solo he podido avisar a la policía. Al parecer en una pelea callejera anoche le han clavado un cuchillo y ha muerto desangrado y solo. Su mamá al enterarse de la noticia ha tenido un ataque de nervios y se la han llevado rápidamente al hospital. Mañana todos sus compañeros iremos al funeral.
El padre con la voz emocionada por lo que le estaba contando su hijo le dijo:
- hijo y ¿porqué no me has contado hasta ahora todo esto?
- Porque las tristezas, el dolor o las cosas que no terminan bien, me dan miedo, no me gustan, son cuentos dificiles de contar papi, - dijo el niño rompiendo a llorar y sintiéndose aliviado al descargar la verdad de sus emocionados ojos en el hombro de su padre.
Entonces el padre abrazó con fuerza a su hijo y compartió durante unos minutos el llanto, luego mirándole a los ojos le dijo a su niño:
- Mira, cuando seas más mayor me gustaría que recordaras este consejo que te doy ahora, ¿vale?.
- ¿Qué consejo es ese papá? - dijo el niño buscando los ojos amorosos de su padre y ya un poco más reconfortado.
"Esta vida en realidad es como una colección de cuentos infantiles, todos queremos siempre escuchar los cuentos fáciles, de final sencillo, pero las personas más valiosas de tu vida serán aquellas que se paren y le dediquen tiempo a querer entender tus cuentos difíciles."
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lunes, 12 de julio de 2010
El Arma invencible

Un día llegaron dos hermanos: mi hermano menor me ha insultado y agraviado -dijo el mayor, -exijo un duelo, hemos venido a consultarte por las armas.
El sabio sin decir nada, se acercó a una mesa y abriendo un viejo y alargado cofre, les dio a cada uno un arma. Luego sin mediar palabra tomó del brazo al hermano menor y en una estancia contigua le dijo estas palabras: -a ti te he entregado la Lanza del Amor, no te asustes por el nombre, pues al exhibirla ante tu hermano con su brillo mágico templarás sus ganas de venganza, se suavizará su corazón y ya no necesitarás luchar contra él, le habrás vencido.
Luego mandó llamar al hermano mayor y a solas le dijo: -te he entregado esta espada porque es la Espada del Odio, en cuanto la desenvaines adquirirá tal fuerza y poder que nadie te vencerá y podrás resarcirte del agravio de tu hermano y vengarte de esos insultos.
Ambos hermanos marcharon satisfechos con sus armas a batirse en duelo creyendo cada uno en las palabras del viejo sabio. Se adentraron en un bosque y cuando todo estaba dispuesto para la lucha , de repente, el hermano menor, impaciente, sin avisar que iba a iniciar el combate, levantó al aire la Lanza del Amor y enfrentándola con firmeza al cuerpo de su hermano, creyendo que éste se ablandaría, apenas pudo sostenerla breves segundos sobre su cabeza cuando cayó al suelo con ella, pues el peso era tan grande que era imposible levantarla de esa posición; al ver que su hermano más que ablandarse se reía de él, de su gesto y su postura final caido en el suelo, contrariado empezó a decir. - ¡no es justo!, ¡no tengo tanta fuerza!, ¡no puedo levantarla!, así no puedo luchar, esta lanza ha sido la peor arma que me haya podido dar ese viejo.
El hermano mayor al ver a su hermano en tan terrible desventaja se apresuró a desenvainar su Espada del Odio e ir tras su desarmado cuerpo, dispuesto a resarcirse de los agravios de su hermano pero al verlo llorando en el suelo, un sentido momento de compasión cruzó en sus ojos y al desenfundarla y exponerla al aire, la espada en un instante se oscureció y se deshizo ante sus ojos dejando un rastro de polvo oscuro cercano a sus pies. El hermano mayor no acertaba a comprender lo que había sucedido: - ¡no es justo! - dijo también con rabia, ¡esto no era realmente una espada!, ¡ese anciano me ha engañado!.
Y ambos, coincidiendo en su enojo, decidieron regresar juntos a pedir explicaciones al viejo sabio.
- ¡Nos has dado unas armas defectuosas!, protestó el hermano mayor nada más volver a tener a la vista a aquel anciano. - Así no podemos batirnos en duelo, - dijo el menor, - ¿es que acaso te querías reir de nosotros?, - interrogó con grandes ojos al sabio.
El anciano acercándose a ellos con la voz sorprendida les dijo: - pero ¿dónde están vuestras armas?. El mayor se adelantó hacia él y le dijo: - mi espada se hizo polvo apenas la desenvainé; - y mi lanza aún está clavada en la tierra me fue imposible levantarla del suelo pues pesa mucho, -dijo el menor.
- ¡Nos has engañado! dijeron a un tiempo los dos hermanos.
- Entonces por lo que veo no podeis luchar, - dijo el hombre sin inmutarse, - tú no has podido manejar la Lanza del Amor y a ti se te deshizo la Espada del Odio. Mejor, id a casa juntos y olvidad vuestros agravios.
- ¡Eso no es justo!, - dijo el mayor, - has de darnos a uno de los dos la victoria, aunque no hayamos podido luchar solo uno llevaba razón en esta contienda, has de decirnos quien ha ganado.
Entonces el anciano mirando a ambos les dijo: - está bien, es justo lo que pedís, ha ganado el que portaba el Arma Invencible.
Todos se quedaron muy sorprendidos de que el viejo sabio dijera algo así y dejara zanjado el tema sin más consideraciones ni pruebas.
Los dos hermanos, confundidos, se miraron entre sí preguntándose que había querido decir el maestro, quién de los dos era el que podía sentirse vencedor y quien era el vencido, sin embargo nada más escucharon y viendo que era imposible convencer al sabio para que se extendiera en una explicación, les diera otras nuevas armas o declarara abiertamente a uno de ellos como vencedor, expresaron su malestar durante unos minutos más pero no les quedó más remedio que regresar a casa juntos, pues el viejo hacía rato que ya había cerrado los ojos y nada contestaba a lo que le increpaban.
- Maestro, - interrumpió, de repente, la voz de un pequeño entre el gentío que se había reunido para ver el desenlace de la afrenta, - ¿qué es lo que ha pasado?, ¿porqué esos caballeros no ha podido conservar sus armas intactas? - dijo con voz inocente.
Entonces el viejo sabio abrió los ojos y mirando al niño con complacencia le dijo: - aprende esta sabia lección niño pues te será útil en la vida:
Para esgrimir la Lanza del Amor y conseguir que otros ablanden su ira hay que tomar fuerzas del fondo del corazón, en un enfrentamiento justo y equilibrado para todos, afianzando en las manos una humilde intención, extraer coraje de los buenos sentimientos, pues el amor se endurece y se vuelve inamovible con el oportunismo, el orgullo o la vanidad por ver al que se juzga más desprotegido, humillado y vencido.
Y para portar la Espada del Odio, viendo como el amor yace en el suelo, desarmado, dolido, frustrado, hay que ser una persona ofuscada y cruel, soberbia y sin conciencia, sin benevolencia ni principios, pues un simple viento de compasión puede deshacer una mala acción en un instante.
Las armas han hablado. Ninguno de los dos hermanos merecía batirse en esa lucha, ambos se han unido ante la contrariedad de una injusticia y sin pretenderlo, se han puesto de acuerdo... para atacarme a mi.
Todos aplaudieron las sabias palabras del anciano pero el pequeño queriendo llegar aún más al fondo preguntó de nuevo:
- ¿Y quién ha ganado entonces? ¿cuál es ese Arma Invencible?
- La paz, pequeño, la Paz, - respondió el sabio acariciando la cabecita del niño.
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martes, 8 de junio de 2010
El universo... eres tú
creía que si encontraba un mundo muy parecido al mío
encontraría esa armonía y paz
que le es tan necesaria al ser humano.
Encontraba mundos distintos,
bellos, grandes, pequeños, de muchos colores
con pasados dolidos,
presentes ansiosos
y futuros expectantes,
pero no lograba encontrar uno, un solo mundo...
que girara a mi mismo ritmo,
en mis mismos tiempos.
A punto de imaginarme caos,
y precipitarme al abismo de cualquier fracaso,
apareciste tú,
como aparecen las personas buenas
por esa casual manera cuántica en la que...
sin percibir motivo alguno
se intuye,
simplemente,
una diminuta razón
que lo hace todo más comprensible.
Apareciste y mi sentido emocional cambió.
En realidad yo no necesitaba encontrar otro mundo,
sino percibir que yo era ya un cúmulo de tantos mundos...
que solo debía permitirme un universo en el que reposar.
Y miré hacia el frente,
y vi soles, y luces y astros
y tierras y mares
y orden y paz
y estelas de sueños y realidades
que lo envolvían todo,
y miraste hacia el frente
y con un destello de genio,
reconociste en mis ojos...
mi enorme capacidad de ser.
Y ya no pude hacer otra cosa...
que formar parte de ti.
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miércoles, 14 de abril de 2010
Puerta de las tristezas
- Pues... no lo tengo muy claro, - respondió una voz, - verás te explico:
- Las quejas sobre la autoestima las tenemos apiladas a la derecha, los pesares por lo que se pudo hacer pero no se hizo en alguna situación están a la izquierda, los reproches es ese gran montón que ves en el centro de esa mesa y los deseos utópicos de buena voluntad, pues, allí, los hemos dejado apartados en aquella esquina, no son muchos, - se disculpó el funcionario.
Y si lo que quieres es simplemente rellenar una reclamación porque no te conceden un deseo pues no tienes nada más que decirmelo, si está en mi humilde mano yo mismo te lo concederé, siendo una niña tan simpática y tan pequeñita no creo que yo que tus deseos no puedan cumplirse rápidamente, - dijo el hombre a modo de gracia mirando la estatura de la niña, que apenas asomaba su naricilla sobre el borde del enorme mostrador.
- Pero... - dijo la niña un poco contrariada, - yo es que... yo quiero poner una queja, pero mi queja es porque no me quieren bien... ¿dónde tengo que dejarla?
- Humm, es que, no hay montón para eso, - dijo el hombre sorprendido por sus palabras, aún nadie nos había venido con una queja así, tan... tonta... tan rara.
- Yo no considero tonto ni raro que no me quieran bien, mas bien considero que es... pues muy triste, - dijo la niña entornando sus ojitos y bajando su cabecita y su mirada, con lo cual desapareció de la vista de aquel hombre y comenzó a escucharse solo un tímido y anónimo llanto...
El hombre al oirlo, conmoviéndose y poniéndose de pie para asomarse por el mostrador, mirando hacia abjo le dijo: - no, perdona, levanta tu carita, no quería ser tan brusco al hablarte, lo siento, es solo que tu queja pues no encaja en ningún montón de los que tenemos.
- Entonces, - dijo la niña con sus lagrimillas en las ojos, subiéndose de puntillas haciendo un esfuerzo: - entonces... ¿no voy a poder a poder mi queja? ¿nadie la va a leer? ¿no voy a poder solucionarlo?
- Pues, es que... la verdad es que no... - dijo el hombre confundido.
Pero la niña no perdió el ánimo ante la respuesta y dijo: - Y... ¿sabe usted qué he de hacer para que mi queja encaje en algún sitio?, - expreso con voz inocente y con dulce ingenuidad en su pregunta.
- Pues... hummm, veamos, quizá haya una solución, - contestó el buen hombre con una voz mucho más ilusionada al recordar algo... - se me ocurre que puedes dejarla ahí... tras esa puerta que está cerrada. Verás, - continuó el señor, - es que si quieres podemos intentar catalogar tu queja como dentro del grupo de Quejas que producen Tristeza, he visto que te apena mucho lo que te pasa y es lo único que se me ocurre para que puedas dejarla. La puedes dejar allí, tras la puerta, tenemos tantas que le hemos dedicado una habitación entera para recogerlas todas...
- ¡¡Muchas gracias!! - dijo la niña y resuelta se acercó a la puerta, pero al intentar abrirla no pudo, tiró y tiró pero nada pudo hacer, la puerta no se abría, estará cerrada o será que no yo no tengo tanta fuerza para abrirla, pensó.
- ¿Me puede abrir la puerta señor?, - preguntó con su vocecilla y mirando al buen hombre - ¡parece que no se abre!.
- Qué raro, - dijo el hombre que ya había vuelto a sus quehaceres cotidianos, - eso no puede ser . Y acercándose para intentar abrirla comprobó que la niña tenía razón, no se abría.
No sé porqué no abre esta maldita puerta... masculló entre dientes mientras continuaba haciendo fuerza al empujarla - ¿tú sabes porqué esta puerta no se abre? - dijo entonces mirando a una secretaria que en ese momento estaba haciendo unas fotocopias y atenta solo a su labor.
- Ni idea, - respondió la amable señora, - han ido dejando tantos papeles por debajo de ella que será simplemente que ya no caben más y se ha quedado atascada.
- ¿Atascada? - dijo la niña con sorpresa e indignación... - pero... ¿es que ustedes no leen y atienden las quejas que les llegan?
- Bueno, - contestó el hombre con vergüenza, - es que... como llegan tantas, alguna sí que leemos, pero en fin, el trabajo se nos desborda no podemos atenderlas a todas... todo lleva su tiempo... son muchas... no podemos leerlas todas... - repitió bajando los ojos, sabiendo que su excusa tenía menos madurez que la niña que le preguntaba.
La niña se quedó mirando al hombre, luego tras unos segundos de pensamiento, se acercó a una mesa, cogió un papel, un bolígrafo, guardó su queja en un bolsillo y comenzó a escribir en su nuevo papel algo...
El hombre sin entender qué hacía volvió a sus tareas pensando: seguramente está cambiando su queja para poder dejarla en algún montón de los que antes la indiqué, es lo que tenía que haber hecho desde el principio, qué niña más pesada, me ha hecho perder una de tiempo...
Pero al cabo de unos minutos, la niña de nuevo se acercó al mostrador, de nuevo se puso de puntillas y dijo: - por favor, ¿dónde me había dicho que se dejan los deseos, esos que puede concederme rápido ??
El hombre, miró a la niña asombrado... - pues... ehh... pero ¿ya no quieres poner tu queja?, -acertó a decir desconcertado.
- No, - dijo la niña con resolución, - quiero pedir un deseo... ese sí me le atenderán ¿verdad?, usted me ha dicho antes que sí y... ¡no creo yo que en esta oficina se dediquen a engañar a una pobrecita e indefensa niña de tan solo once años!!!, ¿verdad que no??, eso no será sí, ¿verdad?? - dijo la niña elevando cada vez más con intención el tono de su voz para todos los que allí estaban la oyeran.
Los demás comenzaron a trasladar curiosos sus miradas hcia el funcionario y la niña con los ojos muy grandes le miraba con el ceño fruncido, esperando una respuesta; la puerta de un despacho comenzaba a abrirse lentamente... entonces el hombre al ver en qué apuro le estaba colocando aquella niña y antes de que algún superior preguntara qué pasaba, le dijo rápidamente a la niña en tono conciliador, para que todo se calmara: - sí, sí, claro, claro. Como bien te dije, los deseos se atienden al momento, no hay que esperar. Bueno solo si son posibles, - aclaró el hombre, tratando de cubrirse las espaldas, ten en cuenta que hay algunos que son muy difíciles, incluso imposibles y esos pues...
- Sí, sí, - dijo la niña interrumpiendo al hombre, - no se preocupe, este es un deseo fácil de conceder, ya lo verá, - y con resolución tendió el papel al hombre que boquiabierto por la seguridad de la niña no acertaba a saber qué hacer con él.
- Leálo, - dijo la niña y por favor concédamelo cuanto antes, tengo mucha prisa. Estaré en ese café que hay ahí enfrente, en cuanto me haya concedido mi deseo, me avisa, ¿vale?. Muchas gracias y buenas tardes, - concluyó la niña dirigiéndose a la pesada puerta de cristal que daba acceso a la calle.
Allí quedó el hombre, temblando, con el papel en las manos, mientras muchas personas, que habían visto toda la escena se fueron agolpando a su espalda. De repente una voz más impaciente y nerviosa que otras dijo de forma un poco inquieta: - ¿es que no nos va a decir qué pone??, estamos en ascuas, por favor... ¿qué pone??
El hombre mirando el papel, comprendiendo y dedicando una leve sonrisa a todos los que allí estaban leyó en voz alta:
- Por favor, ¡¡derriben inmediatamente la puerta de las tristezas!!.
C.M.
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Cuento en blanco
Yo, entornando los ojos para que no apreciara el cansancio en mi mirada, le dije: está bien, pensaré en algo que me haya sucedido y te lo contaré:
Una vez recuerdo que estuve en un parque... llegué, posé mis zapatos en la hierba y me senté bajo un árbol...
Recuerdo que a pesar de sentirme bien, mi corazón estaba triste, me pesaban los párpados, estaba cansada y me quedé dormida... Cuando desperté recordaba un sueño que había tenido y sin atender a nada me puse en pie levantándome con rapidez, como tratando de respirar otro mundo, distinto aire..., más, de repente, ya de pie pude ver todo a mi alrededor lleno de hojas, formando una mullida alfombra junto a mis pies. Entonces, miré hacia arriba y recuerdo que pensé ¿a qué árbol pertenecerán todas estas hojas caidas?, pero no ví ninguno que careciera de su vestido natural así que ensimismada en mis pensamientos me dispuse a recoger cada una de las hojas caidas.
Y así fui recopilando con mimo y cuidado cada una de las hojas esparcidas, a mis pies había varias, las recogí todas, las sujeté en mi mano, un poco más lejos había otro montoncito más, hacia allá dirigí mis pasos, las levanté del suelo, las añadí al grupo que ya tenía en mi mano. Y así lentamente fui recogiendo todas y cada una de las hojas que podía encontrarme en los alrededores. Cuando estuve convencida de haberlas cogido todas, miré mis manos que rebosaban de hojas, apenas podía sostenerlas todas con dificultad, pero me sentía satisfecha por la labor realizada.
Pero, de repente un poquito más lejos divisé una hoja que se me había escapado, vaya, pensé, que contrariedad llevo las manos tan llenas que si trato de cogerla tal vez se me caigan algunas, o tal vez todas, no sé... humm... bueno, trataré de agarrarla y espero que aún haya un huequecito para ella. Tomé la hoja tratando de sujetarla en un pequeño espacio que aún parecía que se holgaba lo suficiente para albergarla, pero se me resbaló, tratando de huir de mi piel y a punto de peligrar el resto de hojas que había logrado reunir con paciencia, dejé caer de nuevo esta última para que eso no sucediera. Enseguida un viento que por momentos soplaba con más intensidad la levantó del suelo y se la llevó volando hacia otro lugar mucho más lejano e inaccesible para mi, al verlo, recuerdo que pensé con tristeza... vaya no he podido recuperarlas todas... y esa seguro que por ser la última era la más importante, bueno, nada se puede hacer ya, me conformaré con las que me puedo llevar y así con todas las hojas juntas, complacida de verlas en mis manos me alejé del lugar...
- ¿y qué hiciste con tantas hojas en tus manos?, dijo la voz que había estado escuchando mi historia con atención.
Nada, me fui a mi casa y me puse a ordenarlas..., le respondí yo.
- ¿A ordenarlas?, ah, ya entiendo, seguro las ordenaste por colores, o quizá por tamaños, a lo mejor hasta se te ocurrió ordenarlas por las sensaciones que te provocaban al mirarlas...
- ¡no!, espera!, - gritó de nuevo, - seguro las ordenaste por recuerdos, según su forma, su aspecto, cada una te fue recordando algo bonito o feo de tu vida y así les pusiste nombres, nostalgia, pena, alegría, melancolía, amistad, amor... y luego las guardaste todas en una de esas cajas que siempre tienes llenas de cositas especiales, seguro que eso hiciste... o tal vez... ah, ya sé, claro, ¡todo era un sueño!, ¡de esos de los tuyos!, ¿no?...
Viendo que yo no respondía a nada de lo que él decía añadió: - bueno, mejor me callo que te descubro el final y es mejor que me lo digas tú, seguro es emocionante oirtelo decir: ¿cual fue tu forma de ordenarlas? ¿cuál?, - interrogó con emoción esperando esa respuesta que le dejara boquiabierto.
- Las ordené por números - contesté yo con tristeza.
- ¿por... por números?, - dijo con desilusión en su voz - no entiendo, las hojas de los árboles que yo sepa no están clasificadas, ni tienen números.
- No, - le dije yo - tienes razón, las hojas de los árboles no se pueden ordenar por números, sería una locura recogerlas del suelo y hasta tratar de contarlas, ¿verdad? pero las hojas de mi libro, las que se me cayeron del regazo cuando me levanté con tristeza de dónde me había quedado dormida, esas sí que se pueden ordenar, por números de página.
Aquella persona me miró con vergüenza en sus ojos e intuyendo lo que trataba de decirle simplemente añadió: - tienes razón, perdona ¿me enseñas tu libro?
Claro, respondí cambiando mi gesto desilusionado por una sonrisa de comprensión, pero..., añadí recordando algo con pena... has de ayudarme a ponerle un título, esa hoja que no cabía en mis manos, la que voló de mi lado y ya no me la pude llevar, era la página de la portada... aún estaba en blanco.
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martes, 16 de marzo de 2010
Motivo encendido
Sin embargo podemos vivir muchos años creyéndonos incomprendidos, incapaces, diferentes o ajenos a otros... hasta que un buen día nos paramos, conversamos suavemente, con la madurez de los años o el dolor de las distancias y nos sinceramos con un simple objetivo: entendernos y entonces, ¡es increible! de repente, sin esperarlo, surge lo absurdo.
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martes, 23 de febrero de 2010
Brilla el Sol
Anoche, ya muy de noche, mordisqueé con timidez el cielo y me comí su luna de chocolate blanco. Luego bordé con hilos de seda de sueños un inmenso lazo con millones de estrellas que soltaban su purpurina dorada liándose en mi pelo y deslizándose atrevidamente hasta mi espalda. De la aúrea corona trenzada sobre mi rostro partieron miles de destellos desplegados en un manto de pensamientos luminosos que cerró mis ojos, cubrió mi cuerpo y acunó mi alma.
La música me descubrió desperezándome perezosamente en mi cama.
Entonces, mis adormecidas manos, tirando del vestido negro de la noche rasgaron la tela oscura de la inconsciencia y la noche quedó desnuda mostrando en bellezas su delicada y blanquecina piel de alborada. Entre los azules de una sonrisa... brilló el Sol.
Abrí los ojos, desperté, en mi ciudad despuntaba un bello día.
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jueves, 28 de enero de 2010
Profundidades
Desciende...
Desciende para sentir unas lágrimas que no son las tuyas, desciende para añorar un gesto suave sobre tu rostro, sobre tu cuello, desciende para imaginar el vaivén de un mar reposado de virtudes que afloran en su superficie aferradas a la balsa de tus sentidos recuerdos.
Desciende para sentir esfuerzos, desciende para compartir este momento conmigo, desciende para imaginarme a tu lado sin que me veas, en tu caminar sin que sientas las huellas de mis pasos, en tu mirada resbalando contigo en una lágrima, en tu boca, recostada en ese beso que guardas en tus labios, en tu pelo, enredando mi sonrisa pícara en una cana, en tus manos bosquejando caricias en las venas de tu piel, en tus dedos, sintiendo el tacto de unas palabras cambiadas. A tu lado, sin pedir nada.
Desciende, reposa, entorna los ojos, descansa en la llanura de una música extendida... delicada. No desciendas para olvidar, deciende para entender, para sentir.
Ahora... para, déjalo, ya no desciendas más, eleva los ojos hacia la cima y escucha... mi esperanza te llama.
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Solo descendiendo se aprecia realmente la altura de una montaña.
Escrito para todas aquellas personas que necesitamos siempre de un sonido de esperanza.
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jueves, 7 de enero de 2010
Iniciando un nuevo camino...

COMPAÑERO DE MOMENTOS LENTOS
Yo, yendo con el paso más firme, más rompedor, más rápido, le alcancé en mi camino e inevitablemente aflojé mi paso y me puse a su altura; él amablemente me saludó y por unos momentos iniciamos una conversación en ese breve ratito de coincidencia en nuestro camino.
Hablamos amigablemente, incluso con familiaridad al hacerme confidencias sobre sus experiencias de vida, sus viajes pues había sido marinero mercante, los pequeños secretos de su desgastada vida, en ocasiones para afianzar sus palabras posaba su mano en mi hombro como tratando de acercarme más a él y se disculpaba, siento ir tan despacio, me decía con una voz quebrada y temblorosa, no se preocupe contestaba yo y así continuabamos progresando; en otros momentos buscaba apoyarse en mi mano como intentando recuperar aliento, luego recobrando fuerzas me soltaba y me hablaba en voz baja cosas que sólo pudiera escuchar yo.
Asi anduvimos un pequeño trecho del camino, muy pequeño pero interminable. Su lentitud era tan grande que tuve que acomodar mi paso al suyo para poder ir a la par. En ese trayecto a menudo levantaba la vista y miraba, no dejaba de mirarme, de sonreirme, de intentar escuchar lo que decía, pues por su avanzada edad su oído estaba ya muy deteriorado. Hablaba con dulzura, con palabras suaves y pausadas, buscando siempre en mis ojos la actitud de entrega necesaria para proseguir.
Tras esos momentos de charla, tuve que forzar una despedida pues me estaban esperando y se me hacía tarde, el paso lento del buen hombre era muy grande, así que nos despedimos, con cordialidad, como si ese encuentro casual fuera algo necesario y útil para que yo entendiera algo en mi vida. ¿Hacia donde va?, le pregunte finalmente interesándome por el destino de su trayecto. ¡Hacia adelante! dijo él sonriéndome animosamente y dejándome completamente cortada sin poder decirle ya nada más.
Al quedarme ya a solas, apreté mi paso. Fui consciente de que iba dejando a mi viejo compañero de breves minutos más atrás, en otro punto más retrasado del camino, con su propio destino, con su propio rumbo. Al verme sola caminando, de nuevo con paso firme y decidido noté un vacío, una sensación extraña, iba rápido, alejándome pero esa era la sensación que tenía, que me alejaba. Sin saber muy bien porqué volví la vista y allí ví a ese pasajero, temporal y anciano compañero de escasos momentos, andando con dificultad, dando pasos pequeños, lentos, comedidos, planificados. Sin saber bien porqué me quedé mirándole, él para andar se mantenía pendiente tan solo del suelo, de sus piernas, de no caer, no podía darse cuenta de que le miraba, pues su concentración era grande para dar sus lentos pasos, para no tropezar. Allí me quedé mirando unos segundos más como avanzaba con dificultad, al ver cómo proseguía, por un momento, solo por un momento, entendí algo.
Sonreí, él no me veía pero yo sonreí, dí media vuelta y comencé a caminar, mi paso seguía siendo igual de firme pero andaba ahora más despacio, más reposada, respirando más profundo, disfrutando más del camino, entendiendo mejor mis pasos.
Un breve encuentro de minutos que ayuda a entender algo:
Ese encuentro se produjo en un estrecho pasillo; al salir del ascensor para dirigirme a visitar a un familiar enfermo topé con ese amable viejecillo e inevitablemente avanzamos ambos por un estrecho tramo de pasillo durante unos minutos. Él, con su paso muy lento, llevaba un andador que ocupaba todo el corredor y era imposible hacerse un hueco sin molestarle. Al despedirnos cuando comenzaba a ensancharse un poco más el pasillo y decirme que iba hacia adelante se dirigía tan solo a un comedor cercano para cenar. Lo sé porque casi una hora más tarde allí le ví, estaba sentándose por fin a la mesa.
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